sábado, 2 de junio de 2012

DIARIO DE UN REPORTERO


Diario de un reportero

*Florece el amor en los medios
*El rapidín de las once de la noche
*Hacían sexo en el cuarto de fotos

Luis Velázquez
02 de junio de 2012

DOMINGO
Compañeros en la vida, compañeros en la cama

Con frecuencia, la relación amorosa florece en la redacción de un periódico y un noticiero televisivo o radiofónico.
En la vorágine de cada nuevo amanecer, cuando los trabajadores de la información compiten en la calle rastreando pistas, buscando la exclusiva, tratando de ganar la noticia de ocho columnas, luchando por escribirla mejor, corrigiendo el texto, diseñando la página, un día, de pronto, un hombre y una mujer advierten que sin darse cuenta están haciendo clic.
Pero además también descubren que pasan juntos el mayor número de horas del día, porque, simple y llanamente, desempeñan el mismo trabajo, con la misma pasión para ganar un espacio y construir un nombre.
A veces, ni hablar, la vida inicia con un desayuno de prensa y luego de que cada uno agarra camino, a veces coincidentes, para cumplir las órdenes de trabajo, la noche termina en el bar de la esquina, tomando una o dos copas antes de retirarse a dormir.
Y si la noticia lo amerita, a las dos, tres de la mañana, se hablan por teléfono para salir corriendo de la alcoba atrás del último hecho de la madrugada.
Así, poco a poco, el afecto se convierte en cariño y en admiración, y en la convivencia de todos los días surge una pasión volcánica entre unos y otros.
Con frecuencia la pareja se encuentra en el camino, porque en el tráfago de los días y las noches se necesita curar la soledad de manera recíproca.
Y la pareja se convierte en amantes clandestinos, porque si alguien es compañero en la vida, en el trabajo, hay una línea frágil para dar el siguiente paso, que es convertirse en compañeros en la cama.

LUNES
Seduce el jefe a telefonista

En aquel periódico, la telefonista de la tarde/noche estaba asombrada del número de llamadas que entraban para el jefe de Información, un gran veterano del periodismo.
En cada nueva jornada laboral ella calculaba que le pasaba hasta 40, 50 telefonemas, a tal grado que ella aprendió, en automático, los nombres y los cargos públicos de cada político que hablaban.
Pero más aún, aprendió a identificar el tono de voz de cada uno.
Y ella, joven mujer casada, llegó a prenderse del jefe de Información, iniciando un romance telefónico, con apapachos y cuchicheos verbales, hasta besitos tronados al aire cuando le pasaba las llamadas.
Y el jefe de Información, quien le llevaba 40 años, resucitó a la vida con la aventura sentimental que empezó a vivir.
Incluso, la pasión llegó a tanto que el jefe dejó de reportear en la calle y en el café para reportear por teléfono y estar más tiempo cerca de ella.
Vivieron así muchos años. En una pasión sin límites nacida a partir de la admiración de ella a su trabajo. Él, gozando un nuevo capítulo intenso y frenético en el final de su vida, sin exigirse nada a cambio, más que la compañía.

MARTES
El reportero que resucitaba muertos

Ella, secretaria en la sala de redacción, capturista, empezó a cepillar la gramática, la prosodia y la ortografía de las noticias escritas por el compañero reportero, considerado un delincuente gramatical por tantos errores en la redacción.
Una vez, en el primer párrafo de una nota policiaca informaba que un peatón había sido atropellado y muerto por un autobús urbano de pasajeros.
En el segundo párrafo, el tundeteclas resucitaba al muerto y lo presentaba en la agencia del Ministerio Público para rendir su testimonio.
Y en el tercer párrafo, el reportero volvía a matar al peatón, dando sus señales particulares.
Y más que indignarse, la secretaria de redacción le entró una compasión y una ternura infinita, misericordiosa, por aquel joven reportero.
Ella revisaba cada una de sus notas. Pero al mismo tiempo, llena de paciencia, le enseñaba las reglas gramaticales básicas para evitar más entuertos.
Y de la corrección gramatical pasaron a la plática personal. Y luego a la confidencia. Y cuando se dieron cuenta ya iban trepados en el coche viejo y destartalado del reportero entrando al motel.
Sin mayores explicaciones, más que el deseo natural de dos cuerpos y dos almas gemelas.

MIÉRCOLES
Hacían el sexo en laboratorio fotográfico

En el laboratorio fotográfico del periódico, los dos fotoperiodistas empezaron a rozar sus manos mientras revelaban los rollos del día e imprimían las fotos.
Luego, moviéndose de un lado a otro del laboratorio, un cuartito tamaño Infonavit, también rozaron sus cuerpos, sin pronunciar una palabra, siguiendo cada uno con su trabajo para entregar a tiempo el material al jefe de Redacción.
Unas veces, el fotógrafo pedía ayuda a ella para mejorar la calidad de la gráfica, el enfoque periodístico, el recorte necesario para centrar la imagen noticiosa.
Y seguían rozándose los dedos y los cuerpos.
En una guardia, a las once, doce de la noche, imprimiendo las últimas fotos de la jornada periodística, los roces se ampliaron y ahí mismo, los dos de pie, consumaron el deseo reprimido, la tentación corpórea, la pasión insatisfecha, siempre renovada.

JUEVES
El reportero onanista de las 7 de la mañana

Aquel reportero llegaba todos los días a las 7 de la mañana, en punto, y el policía de guardia lo dejaba pasar a la sala de redacción.
Permanecía una hora en el periódico. Y se retiraba a cumplir la tarea del día.
Así, todas las semanas, incluido el día de descanso y el domingo, cuando una sala de redacción se parece más que un camposanto, a un prostíbulo a las once de la mañana en que ni siquiera los gallos cantan, porque todo mundo está durmiendo.
En el primer mes y en el segundo, el gerente brincó de su asiento cuando llegó el recibo telefónico, que de un mes a otro se había elevado en dos y tres mil pesos.
Entonces dio la orden a la telefonista de que a partir del momento quedaban prohibidas las llamadas a teléfonos celulares y en el caso de las llamadas de larga distancia debía autorizarlas, con firma de por medio, el jefe inmediato del trabajador del periódico.
Y no obstante, en los dos meses siguientes, el recibo telefónico siguió incrementándose.
El gerente habló con el jefe de Sistemas para seguir la pista en las computadoras a un uso raro y extraño, fuera de lo normal.
Y el jefe de Sistemas descubrió el misterio de la elevada cuenta telefónica: el reportero que llegaba a las 7 de la mañana hablaba a un ‘’teléfono caliente’’ a Estados Unidos con una mujer para contarse obscenidades, mientras con la computadora en un acto onanista iba coleccionando un número insólito de mujeres encueradas en las posiciones sexuales más procaces.
El día en que el jefe de Sistemas develó el misterio se topó con un archivo fotográfico en la computadora de unas dos mil mujeres de los cinco continentes del mundo en poses mil veces más incitantes que Playboy.
Y el reportero, ni modo, fue despedido del periódico… sin liquidación para que el gerente pudiera cobrar, con altos réditos, el gasto telefónico de su perversidad sexual.

VIERNES
El rapidín de las once de la noche

A las once de la noche, cuando la sala de redacción estaba vacía de reporteros, fotógrafos y secretarias, y sólo quedaba, dormitando, la guardia, la reportera se metía a la oficina del jefe y se iba derechito al baño privado.
Durante unos minutos el jefe fingía revisar los últimos cables de la noche, escuchar el último noticiero, y luego echaba llave a la puerta de la oficina y alcanzaba a la reportera en el baño, que para entonces ya estaba desnuda, esperándolo, para no perder el tiempo.
Ahí tenían un libro gráfico del Kamasutra, donde en medio de la incomodidad, que les atraía, iban reproduciendo las poses del libro sagrado del erotismo, y desde luego, inventando, según ellos, mejores poses.
En la sala de redacción sólo quedaba el último editor de la noche y el reportero de guardia, ajenos, quizá sospechando, la pasión desordenada que se vivía metros adelante.
Los rincones del baño olían a ellos. Los dos casados, repetían la escena tres veces por semana en 15 minutos máximo, de igual manera como John Kennedy, el presidente de Estados Unidos, multiplicó su fama de que atrás de la puerta en una fiesta, incluso, en la casa de un amigo, en su misma casa, se echaba un rapidín con la mujer prohibida.

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