martes, 11 de octubre de 2011

JUAROCHOS ENGAÑADOS POR FIDEL HERRERA

Juarochos engañados por Fidel Herrera

Marcela Turati/Proceso

**Del infierno del norte al infierno del sur

**Ahora el exgobernador busca afanosamente ser el candidato del PRI al Senado de la República

Son veracruzanos que se lanzaron a la frontera norte en busca de estabilidad económica. Muchos la consiguieron, pero llegó la violencia y la guerra contra el narco, el nivel de vida descendió vertiginosamente; muchas fueron las víctimas. Por eso aprovecharon un programa de retorno que les ofreció el gobierno de Fidel Herrera, con facilidades de contratación laboral, vivienda y servicios múltiples.

Pronto los juarochos –como se conoce a este grupo de desplazados por el conflicto interno– descubrieron que tras este espejismo creado por Herrera Beltrán, los esperaba otro infierno: el de la pobreza.

Advierte que no quiere que le saquen fotografías. “A los niños les da pena mostrar dónde vivimos”, explica alzando los hombros Fernando Flores Rocha, exempresario juarocho de 40 años, ahora desempleado, sin vivienda y sin los más básicos servicios.

En 1999 este hombre empacó sus sueños de prosperidad y se mudó con su familia a Ciudad Juárez, entonces considerada una tierra de la fantasía, donde se hizo empresario, se asoció con una compañía estadunidense de recubrimientos de pisos industriales y ahorraba sus ganancias de hasta mil dólares por semana. Como él, entre 300 y 400 mil veracruzanos llegaron a esa frontera maquiladora buscando trabajo. Los juarenses los apodaron los juarochos.

Flores llevaba a sus dos hijos a un colegio particular y organizaba carnes asadas con amigos los fines de semana; la empresa les pagaba casa en una buena zona, además de despensas, automóviles y gasolina.

Una década después, el 24 de marzo de 2010, los cuatro integrantes de la familia Flores retornaron con otras decenas de juarochos en un avión que salió de la frontera al puerto de Veracruz: en el aeropuerto, como hijos pródigos, fueron recibidos por el gobernador Fidel Herrera, su gabinete y decenas de periodistas que esperabanan la escena para realizar sendas publicaciones del exitoso programa implementado por Herrera y su gobierno.

Llevaban nueve maletas llenas de ropa y sólo 200 pesos en la bolsa.

“Haber caído tanto en tu situación económica no es algo que te dé orgullo mostrar a la sociedad. Era una derrota: de tenerlo todo allá a de pronto no tener ni para comer, ¡fue traumático! Traíamos sólo 200 pesos en la bolsa, dos criaturas y ninguna dirección a dónde llegar”, comenta la esposa de Fernando. Como con la prohibición de las fotos, pide a esta reportera reservar su nombre. Todavía siente tristeza al acordarse cuando los fotógrafos los trataron como a fenómenos de circo a su llegada a Veracruz.

Un año y tres meses después, los Flores, que se acogieron al “programa humanitario” de rescate de paisanos impulsado por el gobierno veracruzano, siguen sin un solo mueble. “En este tiempo no hemos podido levantarnos: no tenemos refri ni estufa ni cama, sólo los catres que nos regaló el DIF, pero sí tenemos muchas deudas”, dice la mujer.

Una situación similar comparten miles y miles de veracruzanos que, como ellos llegaron en siete vuelos y 338 traslados terrestres, el año pasado mil 600 veracruzanos fueron “rescatados” de Ciudad Juárez, Chihuahua, Reynosa, Tamaulipas y Mexicali y Tijuana, Baja California.

De la violencia a la pobreza sin ayuda del gobierno estatal

Los Flores escaparon de la ruina económica, de las balaceras en la calle, de la falta de comida y de los ataques de nervios, pero llegaron a otro infierno aún peor.

“Dos meses después de que llegamos fui a preguntar si nos iban a dar algo, porque según la televisión el gobierno de Veracruz ofrecía trabajo en Pemex o en el gobierno, y casa, pero dijeron que el programa se había acabado. Quise hacer gestiones para un crédito y tampoco me lo otorgaron porque acá no tengo historia financiera. Sabemos que mucha mucha gente de la que llegó con nosotros ya se regresó a Juárez”, dice Fernando Flores, quien se ha convertido en un tocador de puertas profesional: siempre en busca de empleo, ahora espera que le contesten un oficio dirigido al nuevo gobernador (Duarte) con la petición de ayuda para gestionar un crédito y una solicitud de empleo como jornalero temporal en Canadá. A punto estuvo de pedir asilo político.

“No pedimos nada gratis, sólo créditos, no queremos lástima. Si nos dieran trabajo podríamos regresar los créditos porque somos gente de trabajo”, repite varias veces en la entrevista, al igual que los otros juarochos retornados. O “repatriados”, como se dicen entre ellos.

Por eso les duelen detalles que parecen insignificantes, como traer los zapatos rotos. “¿Antes cuándo íbamos a dejar que la niña trajera los tenis rotos? Hemos sido pobres, pero no a este extremo: llevamos un año en Veracruz y no hemos podido comprar nada.

Perdí mi horno, mi estufa, mi máquina de coser, teléfonos y alhajas, porque tuvimos días sin comer ni para renta”, lamenta desde su casa en el puerto de Veracruz la señora Alejandra Durán de Echeverría, una exobrera de maquila de 46 años que en un mes será abuela.

Ella llegó, con los ocho de su plebe y la familia de su cuñada, en el vuelo del 16 de mayo tras seis años en Ciudad Juárez, donde, dice, el patrimonio familiar “creció como espuma”..

Los Echeverría se animaron a dejar la casa que tenían en Juárez, entre otras razones porque el gobierno de Fidel Herrera les aseguró que iban a traspasar sus créditos de vivienda a otra casa veracruzana. Pero no cumplió.

En los días de desesperación, los Echeverría han pensado retornar a Juárez. “Si hay violencia aquí y allá, pensamos, mejor regresémonos allá, porque allá tenemos casa y acá rentamos, y allá hay oportunidad de trabajo y acá no. Pero no nos hemos ido porque me endrogué y no tengo con qué pagar. Créame, lo que menos queremos es un peso, queremos trabajo que vamos a cuidar mucho tiempo porque sabemos superarnos”, dice el patriarca.

Al garete

Cuestionado sobre el programa Veracruz Sin Fronteras, el exgobernador Fidel Herrera dice que para armarlo se asesoró con académicos que estudiaron otras experiencias de retorno, como la de los guatemaltecos refugiados en México en la década de los noventa, y lo lanzó un año y medio después, hasta asegurarse de que el retorno no causaría desbalances económicos o problemas de inseguridad, ni atraería sólo a gente pobre y sin capacidades productivas.

Se refiere al programa en términos ideales. Según él los retornados eran gente con dinero para invertir, cuentan con vivienda del Infonavit, fueron elegibles para créditos y abrieron negocios o encontraron trabajo. Pero la realidad luce distinta.

Carlos Alberto Garrido, investigador de la Universidad Veracruzana y experto en temas migratorios, señala que por falta de oportunidades laborales, sociales, económicas, educativas y de salud, muchos juarochos desplazados la pasan mal o de plano regresan a las ciudades de las que fueron evacuados.

“Después de 10 o hasta 20 años fuera de Veracruz, viviendo en una frontera con Estados Unidos, donde consolidaron su vida y lo tenían todo, al retornar como desplazados no llegan a viviendas, viven arrimados con otras familias y tienen necesidad de alimentos, vestido, educación, intimidad, trabajo e ingresos. Al no tener nada de esto se encuentran endeudados con préstamos que los ahogan y todo esto repercute en su estabilidad emocional y su capacidad de relacionarse –explica–. Al no ser atendidos, he detectado que varios de ellos se están regresando a Ciudad Juárez y a Chihuahua, o a Reynosa porque aquí no pudieron encontrar oportunidades.”

Garrido ejemplifica la situación: la familia De la Madrid, propietaria de un café internet en Juárez, nunca consiguió crédito para comprar cuatro computadoras usadas y abrir el negocio en Xalapa; a los seis meses retornó a la frontera. En el puerto de Veracruz un paisano retornado perdió su patrimonio porque se enfermó de una pierna. Los juarochos de Minatitlán realizan protestas en la presidencia municipal, desesperados, por la falta de trabajo. Otros, que llegaron a pueblos, no tienen tierras para sembrar.

“Los de Cosamaloapan, al irse, perdieron sus derechos como ejidatarios y ya no tienen tierras. Quince años después regresan, acostumbrados a ser jefes de cuadrilla en una maquila u operadores de maquinaria, pero acá pasaron a ganar 100 pesos por jornal al día por cortar caña”, dice.

Proceso solicitó entrevistas con funcionarios estatales pero la oficina de Comunicación Social a cargo de Gina Domínguez nunca dio la autorización. En cada dependencia dijeron que el programa de retorno correspondió a la administración anterior y a ellos no les corresponde hacerse cargo.

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