domingo, 9 de mayo de 2010

A LOS MAESTROS CON CARIÑO

Jabón en los ojos

Rosa María Ayala Nájera

Hace cuarenta años, la Profesora Pina aún estudiaba cuando su maestra les comentaba ”a ustedes les tocará ir a trabajar a comunidades rurales en donde no se tiene un botón para encender la luz, porque no hay luz eléctrica, no se tiene una llave para obtener agua entubada, las personas salen al tianguis los domingos con sus mejores ropas, las de gala, vestidos de calzón blanco, que es un pantalón y camisa de manta con huaraches de garbancillo y su morral al hombro; además hablan algún dialecto porque en su mayoría son indígenas” Pina que era una muchachita de clase media pero sin carencias, que poco había viajado y que vivía en una ciudad del norte sin contacto con comunidades indígenas pensó ”la maestra nos quiere asustar porque ya terminamos de estudiar y vamos a empezar a trabajar, si bien es cierto, sabemos que nos enviarán a las comunidades más alejadas porque dicen que los que ya tienen antigüedad reclaman derechos y a los nuevos nos mandan a las comunidades más lejanas de las zonas urbanas, también es cierto que no conozco a nadie que hable, ¡A estas alturas!, algún dialecto. ¡Ahora si se pasó de tueste la profe! Muy pronto se daría cuenta que el mundo en el que vivía era corto… demasiado corto.

Pocos días después recibió con beneplácito el documento que le ordenaba presentarse ante el Inspector de una zona escolar de primaria rural ubicada en un lugar de la Huasteca que de inmediato buscó en un mapa de la república Mexicana, pero: no lo encontraba. Por más que le nombraban algunas poblaciones cercanas más conocidas, no aparecía el nombre en ningún mapa; sin embargo, recibió instrucciones de los empleados de la secretaría y supo qué camino tomar, qué línea de autobuses usar y el horario de las corridas hacia el lugar mencionado.

Era un jueves y se terminaba, en 24 horas más, el plazo que marcaba el documento para presentarse y recibir la instrucción del Inspector. Pina salió de su lugar de origen a las 6 de la mañana del viernes en un camión foráneo hasta llegar a “La puerta grande de la Huasteca ” 5 horas después; de ahí, otra línea de autobuses en un recorrido de 7 horas, la llevó al lugar donde se encontraba la oficina de la inspección escolar, pero ya eran las 8 de la noche y los lugareños la condujeron hasta la casa de la familia del Inspector, ampliamente conocido, quién acostumbrado a recibir este tipo de “visitas”, tenía dentro de su propiedad, cuartos para huéspedes equipados con sendos “catres” y petates. Al otro día; Pina recibió de parte del Inspector la orden por escrito para presentarse a trabajar al mismo lugar que decía el documento que en la secretaría le habían dado, pensó con alegría nadie me peleó el lugar, ¡Corrí con suerte! El mismo Inspector le explicó que comprara lo necesario porque tenía que permanecer la semana completa en el lugar y sólo podría bajar al pueblo los sábados por medio de “raid” de parte de los camiones distribuidores de refrescos y los domingos después del tianguis que se instalaba en el pueblo para abastecerse y distraerse había transporte, una sola corrida que salía a la una de la tarde, hacia su rumbo, que los choferes le indicarían dónde debía bajarse, que por lo tanto, hacia su lugar de origen solo podría regresar en la época vacacional.

Omití comentar, que Pina tenía una extraordinaria madre, quien preocupada por la suerte de su hija, se había empeñado en acompañarla para conocer el lugar donde le tocaría trabajar y pensaba permanecer con ella unos días, mientras ésta se acostumbraba al lugar y se organizaba, y de paso, verificaba qué tipo de personas iban a rodear a su joven hija.

El Inspector se aseguró de que el presidente de la Asociación de Padres de Familia de la escuela que recibiría Pina acudiera al pueblo para que sirviera de guía y acompañara a la maestra y su madre en el trayecto, le proporcionara lo necesario en la comunidad: casa, catre, bracero, mechón y lo más preciado, agua, para beber y para asearse. El domingo en punto de las trece horas los tres se embarcaron en el desvencijado autobús rumbo a la comunidad, debieron bajarse, a indicación del guía, en “El Camino Real” nombre de la parada por estar al pié de un camino amplio que subía la Sierra Madre Oriental y que coincidía con la bajada de un escurrimiento de agua cristalina por lo que tenía gravilla que el líquido descubría o bajaba.

Se internaron por el camino con una inclinación ligera, pero siempre de subida.

Después de caminar una hora, Pina se atrevió a preguntar a su guía ¿Ya mero llegamos? La respuesta que recibió fue Sí, atrás de ese cerrito está la escuela? Y continuaron caminando, a las dos horas de camino, pararon en un hermoso manantial que tenía una jícara para uso del caminante a tomar agua, y el cerrito, que Pina no distinguía de todos los que veía, no llegaba, pero seguía subiendo, a la orilla del camino, que ya se había hecho angosto conforme la pendiente aumentaba, había naranjos con fruta, árboles de mandarina que el guía cortaba y ofrecía amablemente a sus cansadas acompañantes, a las tres horas de camino y con sus ropas totalmente empapadas de sudor volvieron a preguntar si ya mero llegaban y la respuesta fue ve aquél árbol de Ceiba, allí está la escuela Pina miraba hacia donde le indicaban y sólo veía vegetación verde, pero no distinguía un árbol de mango de uno de aguacate por la lejanía, ¿Menos conocía uno de Ceiba, porque éstos nunca los había visto?, dejó de preguntar y se limitó a contemplar los sembradíos de maíz, de cuyas cañas se detenía en las subidas más escarpadas para no resbalar sobre las piedras de laja que cubrían partes del camino, que para entonces estaba muy empinado . Después de cuatro horas y media de camino a pié porque las bestias, llámense caballos o burros, no subían porque resbalaban, llegaron hasta donde estaba la escuela y la casa del maestro. Pardeaba la noche y Pina alcanzó a ver en claro-oscuro cuatro troncos que hacían de pilares y un techo de palma con piso de lodo, pero sin paredes, lo que le indicaron, sería su institución educativa, “dentro” se alcanzaban a ver unas bancas de tablones de 3 metros aproximadamente de largas sin mesas para los alumnos.

La casa del maestro era pequeña, del mismo material pero sí tenía paredes; el mismo guía llamó a su esposa y ésta les encendió el mechón les mostró otro cuarto separado que serviría para bañarse y que ya tenía un recipiente grande de barro con agua y una jícara para echarse el agua. Era el único matrimonio del lugar que hablaba “castellano” por lo que eran los encargados de recibir a la nueva profesora y mientras la madre de Pina platicaba con ellos, ésta pidió ser la primera en bañarse. Al sentir el agua en su rostro, dio rienda suelta al llanto, se encontraba en un mundo desconocido para ella, con un futuro incierto y sin el interruptor de luz y el agua de regadera que le platicara su maestra, a la que ya le empezaba a creer; pero no iba a darle preocupaciones a su madre ni mostrar flaqueza de espíritu ante las autoridades del lugar, hizo tardado su aseo personal y cuando salió del cuarto de baño, ya calmada, a la pregunta directa que su madre le hiciera observándola a los ojos de ¿Qué tienes?, contestó Me cayó jabón en los ojos.
A todos los maestros con cariño.

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